La crianza de un hijo es una experiencia intensamente emocional. Implica abrazar, alimentar, cuidar, jugar, reír, cantar, disfrutar de su crecimiento, observar sus descubrimientos… pero también, es verdad , que su crianza implica momentos de estrés, de frustración, de no saber el significado de su llanto y de sentir que uno no tiene, a veces, la capacidad para calmar y responder a sus cuidados y exigencias.
Cuando unos padres se enfrentan a un hijo con problemas, con o sin diagnóstico, surgen muchas más preocupaciones, inquietudes y desorientación alrededor de la crianza de ese hijo. Los padres comienzan una travesía que de alguna manera queda “truncada” porque su hijo quiebra sus fantasías en relación a lo que debería ser un niño y suponen que el futuro soñado se tambalea y, por tanto, se enfrentan a su propia mirada y a la vivencia de su propia limitación.
No hay una única manera de mirar y entender la problemática del desarrollo de un niño. En tanto sujeto en crecimiento, en constitución, ningún niño tiene su historia cerrada, el futuro de nadie está escrito y es importante que los profesionales podamos “tender puentes”, permitir que se vayan armando nuevos caminos, para que ese niño y esos padres vayan tejiendo su propia historia de acuerdo a sus posibilidades y al espacio suficientemente bueno que ellos como padres puedan ofrecerle.
¿Cómo pensar en un niño sin preguntarnos por los padres? Cuando un bebé llega al mundo está totalmente indefenso y necesita de otro para vivir. El mero hecho de nacer no basta para iniciar el proceso de desarrollo, este sólo se desencadena cuando otro ser humano le ofrece cuidado y relación (Winnicott, 1998).Los niños en la relación con sus padres, es desde donde van a poder crecer y evolucionar y constituye el eje central a partir del cual el niño organiza su mundo y se desarrolla. “No es posible ayudar a un niño, si no ayudamos paralelamente a su familia”.
¿Cómo podemos contribuir los profesionales? Es importante que los profesionales podamos abrir vías de comunicación, espacios y tiempos para reflexionar con los padres, “pensemos juntos». Conocer y comprender que les agobia, que conflictos hay en el día a día, sus ansiedades, sus quejas, sus deseos, sus frustraciones y preocupaciones en la crianza de ese hijo, supone a veces rescatar la parte buena se ese niño que los padres a veces no pueden ver. Favorecer la seguridad y confianza en su hijo, es poder reforzar el rol de los padres que a veces está roto. La necesidad de los padres de acomodarse a ese hijo distinto del que se esperaba, es un niño que está ahí, esperando que se le haga un sitio y encuentre su propio lugar.
Ser niño es querer crecer, desear, jugar… cada niño tiene sus tiempos, sus ritmos y el crecimiento no es homogéneo ni simultáneo en todos los aspectos, ni las dificultades implican inmovilidad.
Ser padres a veces no es fácil y cuando hay dificultades para manejar el timón y se comienzan a explorar territorios complicados, se necesita más que nunca las luces del faro. Buscar la ayuda de un profesional porque un hijo presenta problemas en el desarrollo, de alguna manera, permite que los padres puedan expresar su conocimiento del niño, su interés por él y al mismo tiempo su dificultad para enfrentarse solos al problema. Una ayuda cercana a los padres, una relación de confianza con un terapeuta es siempre muy importante y útil para abordar la crianza de ese hijo.