¿La tecnología es responsable en el bienestar de los niños?

En el informe reciente Educación e Infancia en el siglo XXI: el bienestar emocional en la era digital (OCDE, 2020) se destaca la necesidad de conocer el impacto de la utilización de las nuevas tecnologías en la primera infancia como oportunidad para mejorar el bienestar físico y emocional de los niños. Si pensamos en el bienestar infantil, entendemos que es un estado emocional positivo y en los niños es algo que sucede en la relación con otros. En las primeras edades de la vida, los niños necesitan la seguridad y la protección de sus padres, son las principales referencias de unas relaciones sólidas y sanas.

Aunque la relación de los niños con los medios tecnológicos es un proceso natural (la utilizan para aprender, comunicarse y divertirse), no significa que su utilización esté exenta de confusiones, preocupaciones, malos usos que pueden suponer problemas, ya que tienen una fuerte repercusión en la dimensión socioemocional del niño. Es muy importante el funcionamiento social y emocional de los niños en la primera infancia, porque compromete la capacidad de jugar, de divertirse, de iniciar, desarrollar y mantener relaciones satisfactorias con otros, especialmente con los iguales.

El estudio Primera Infancia en la era de la transformación digital. Una mirada Iberoamericana (2022) señala que  la interacción del niño con la tecnología no es una buena opción sin el andamiaje de los cuidadores primarios y sus estrategias de mediación. . La influencia positiva de la tecnología, en el desarrollo personal y social de los niños requiere de un uso responsable, educativo, creativo,  supervisado y depende en gran medida de la etapa de desarrollo, de las características del niño, de cómo se utilizan (por ejemplo, en presencia o ausencia de los padres) y de los contenidos.

El acercamiento prematuro a la tecnología se interpreta como un riesgo si se descuidan los vínculos interpersonales con el niño en una etapa muy temprana de la vida de los niños ( de 0-3 años). Como señala Buckingham (2002), la línea que separa el riesgo y la oportunidad en el uso de la tecnología y, los criterios que determinan un mal uso, es tan fina y tan poco delimitada que, en algunas ocasiones, puede llevar a hábitos no saludables que pueden llevar a problemáticas determinadas en los niños.

Hay señales de alarma que nos indican que no hay una buena huella emocional de la tecnología, por ejemplo:

-Si en la dinámica familiar, se sustituye la función de calmar de los padres por un dispositivo digital y la tecnología se transforma en un “chupete electrónico” (Chaudron, 2015) o la “niñera”, incluso de los bebés. por ejemplo, darle el móvil para que este entretenido mientras se viaja, cuando se está en un restaurante o en una sala de espera, o para el adulto disfrutar de un tiempo personal o para hacer tareas domésticas.

– Si disminuye la interacción entre adulto niño en las interacciones diarias importantes o hay un peor funcionamiento familiar.

-Si empeora la conducta del niño, si los niños se retiran de las interacciones sociales o las evitan, si muestran conductas de hiperactividad.

–  Si hay hábitos incorrectos en las actividades cotidianas más importantes para los niños relacionadas con el sueño y la alimentación, donde los niños experimentan interacciones con los adultos significativos (reducción y alteración del sueño, aumento de la obesidad por actividad física inadecuada, mala adaptación social, deterioro de habilidades sociales).

– Si se utiliza la tecnología para aliviar, controlar o evitar los desbordes emocionales y comportamientos problemáticos se interfiere en que los niños desarrollen de forma gradual la capacidad para tolerar la frustración. No existe una infancia sin frustraciones, es parte del vivir (Janín, 2014).